No hace mucho tiempo, tuve la ocasión de hablar con una familia formada por dos mujeres y sus hijas de 9 y 6 años.
Fue en una manifestación. Una buena amiga que marchaba a nuestro lado, nos presentó a unas conocidas que se tropezó entre la multitud.
Al poco me encontré hablando con una de ellas. Inevitablemente surgió el tema de nuestra asociación (Galesh). Me atreví a comentarle lo contentos que estábamos las socias y socios, y lo bueno que era para nuestros hijos e hijas el relacionarse con otros niños de familias homoparentales. Noté que, aunque muy sutilmente, de forma casi imperceptible, se ponía a la defensiva. Entonces, habló y habló, diciendo cosas del tipo: “no me gustan los ghettos, y nosotras no los necesitamos”, “no me gustan las etiquetas”, el matrimonio es una institución retrógrada”, “mi familia es como todas, no somos diferentes”. Según avanzaba la conversación, ella crecía y yo empequeñecía. Su familia se movía dentro de la sociedad, sin complejos ni problemas; mientras que yo necesitaba de las muletas que me ofrecía la asociación para poder ir sintiéndome cada vez más segura.
Cuando nos separamos, sin saber bien por qué, me sentí muy fastidiada. Comencé a reflexionar sobre nuestra conversación, y a analizar las causas de mi malestar.
Entendí que esta mujer pertenece al tipo de gente que transforman sus deficiencias, ignorándolas, en seguridad y aplomo.
Repasando toda la retahíla de frases sobadas que acababa de escuchar, me fui encolerizando: “Tía, si eres cobarde, asúmelo. Yo lo he asumido durante años. Y no vayas de sobrada por la vida”.
Me hace a mí gracia lo de la etiqueta. ¿Por qué hay personas que piensan que el decir que son lesbianas o que tienen una familia homoparental es etiquetarse?. Yo puedo ser mujer, bajita, arquitecta y. . . lesbiana. La palabra lesbiana existe para definir a una mujer que le gustan las mujeres. Las cosas tienen su nombre y es una suerte que así sea.
Seguí pensando. Haciendo el repaso de mis amigas y amigos con familias homoparentales, me fui dando cuenta de que la mayoría, son personas maduras y decididas. Sabemos lo que es mejor para nuestros hijos, lo importante que es para ellos vivir a las claras, porque de eso depende, en parte, su bienestar. Hemos superado muchas vergüenzas y complejos. Y sobre todo, ¡somos visibles!, ahí radica la diferencia; siendo fundamental relacionarse con otras familias para conseguirlo.
A ver, ¿qué mujer se atreve a ir al horno y decirle a la panadera: “vengo a recoger la docena de empanadillas que ha encargado mi mujer esta mañana”?, sin duda la que pertenece a una familia liberada y visible. Gente valiente que se lo ha currado desde la modestia y el esfuerzo.
Pienso, sinceramente, que el no querer relacionarse con otras familias de gais y lesbianas, el no casarse (que en la mayoría de los casos es por cobardía, no por ideología), el no saberse diferentes y no tener nombre en la diversidad. . . no es otra cosa que esconder la cabeza debajo del ala. Esta actitud me parece humana y comprensible. Pero lo que me molesta, es que se nos mire por encima del hombro cuando no se nos llega a la altura del zapato.
Aunque lo más penoso, lo más triste, es que son los niños los que sufren las angustias que las madres o padres se ocultan.
Eva
Fue en una manifestación. Una buena amiga que marchaba a nuestro lado, nos presentó a unas conocidas que se tropezó entre la multitud.
Al poco me encontré hablando con una de ellas. Inevitablemente surgió el tema de nuestra asociación (Galesh). Me atreví a comentarle lo contentos que estábamos las socias y socios, y lo bueno que era para nuestros hijos e hijas el relacionarse con otros niños de familias homoparentales. Noté que, aunque muy sutilmente, de forma casi imperceptible, se ponía a la defensiva. Entonces, habló y habló, diciendo cosas del tipo: “no me gustan los ghettos, y nosotras no los necesitamos”, “no me gustan las etiquetas”, el matrimonio es una institución retrógrada”, “mi familia es como todas, no somos diferentes”. Según avanzaba la conversación, ella crecía y yo empequeñecía. Su familia se movía dentro de la sociedad, sin complejos ni problemas; mientras que yo necesitaba de las muletas que me ofrecía la asociación para poder ir sintiéndome cada vez más segura.
Cuando nos separamos, sin saber bien por qué, me sentí muy fastidiada. Comencé a reflexionar sobre nuestra conversación, y a analizar las causas de mi malestar.
Entendí que esta mujer pertenece al tipo de gente que transforman sus deficiencias, ignorándolas, en seguridad y aplomo.
Repasando toda la retahíla de frases sobadas que acababa de escuchar, me fui encolerizando: “Tía, si eres cobarde, asúmelo. Yo lo he asumido durante años. Y no vayas de sobrada por la vida”.
Me hace a mí gracia lo de la etiqueta. ¿Por qué hay personas que piensan que el decir que son lesbianas o que tienen una familia homoparental es etiquetarse?. Yo puedo ser mujer, bajita, arquitecta y. . . lesbiana. La palabra lesbiana existe para definir a una mujer que le gustan las mujeres. Las cosas tienen su nombre y es una suerte que así sea.
Seguí pensando. Haciendo el repaso de mis amigas y amigos con familias homoparentales, me fui dando cuenta de que la mayoría, son personas maduras y decididas. Sabemos lo que es mejor para nuestros hijos, lo importante que es para ellos vivir a las claras, porque de eso depende, en parte, su bienestar. Hemos superado muchas vergüenzas y complejos. Y sobre todo, ¡somos visibles!, ahí radica la diferencia; siendo fundamental relacionarse con otras familias para conseguirlo.
A ver, ¿qué mujer se atreve a ir al horno y decirle a la panadera: “vengo a recoger la docena de empanadillas que ha encargado mi mujer esta mañana”?, sin duda la que pertenece a una familia liberada y visible. Gente valiente que se lo ha currado desde la modestia y el esfuerzo.
Pienso, sinceramente, que el no querer relacionarse con otras familias de gais y lesbianas, el no casarse (que en la mayoría de los casos es por cobardía, no por ideología), el no saberse diferentes y no tener nombre en la diversidad. . . no es otra cosa que esconder la cabeza debajo del ala. Esta actitud me parece humana y comprensible. Pero lo que me molesta, es que se nos mire por encima del hombro cuando no se nos llega a la altura del zapato.
Aunque lo más penoso, lo más triste, es que son los niños los que sufren las angustias que las madres o padres se ocultan.
Eva
3 comentarios:
Que guapa y que lista que es mi madre. Se ha hecho a sí misma y es una valiente como pocas, que las cosas no son lo que eran. Hay que hacerse una camiseta son esa última frase, que me hace saltar las lágrimas.
Hola,
Conocí Galesh en la presentación del documental. Aunque no estoy casado ni soy papá, simpatizo enormemente con vosotros. Desde entonces os sigo (a través de la web y el blog).
Sobre lo que cuentas en tu post: aunque creo que comprendo la postura de la mujer a la que mencionas, leyendolas me vinieron a la cabeza unas palabras que oí una vez a la hermana de un detenido-desaparecido en Chile (Miguel Woodward) durante la dictadura, sobre la importancia de 'luchar' ayudado de otros como tú: "Sin una organización (detrás), uno no es nada". Creo que con esto está dicho todo, ¿no?.
Buena suerte!
Es cierto que si formas parte de una asociación con la que compartes objetivos, adquieres fuerza y seguridad; y eso nos pasa en la nuestra.
Gracias por tu comentario, que consideramos un apoyo
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